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Aprender a aprender en libre albedrío

Por: Fernando Silva

Durante milenios, singulares seres humanos hemos procurando —en diversas épocas y por un sinnúmero de vías— propagar el conocimiento en torno a fundamentales pilares: La docencia, la lectura, la investigación, la conciencia, el respeto a todo ser viviente y la protección de los ecosistemas, con la intención de impulsar la calidad de la formación académica, el aprendizaje y elevar la calidad humana, ya que son esenciales para nuestra evolución y, por ende, de todas las especies animales y vegetales, de lo cual se antecede la cardinal necesidad de establecer la enseñanza en torno a la educación desde los hogares. En ese entendido, a primera vista considerar qué es aprender a aprender, a pensar, a escuchar, a hablar y a hacer el bien, puede parecer un tanto trivial, pero ¿realmente sabemos lo que representa examinar mentalmente algo y aún más importante —en cuanto a la responsabilidad— determinarnos con ligereza al ejecutar tan trascendentales actos? Aquí la respuesta ya no es tan simple, ya que las concepciones cotidianas sobre la adquisición por la práctica de un conocimiento duradero varía y tiene diferentes implicaciones con respecto a la idea de emplear, por ejemplo, la palabra hablada y escrita, la lectura y la reflexión al servicio de la didáctica y en consideración al bien común.

Por lo tanto, habrá que examinar qué concepciones arquetipo han sido identificadas entre la gente —en lo cotidiano— y cómo es visto el fenómeno cultural del aprendizaje en el razonamiento y teoría bioética. Tengamos presente que las prácticas formativas, en buena mayoría, aún están basadas en una visión oficialista de la instrucción como la transmisión formal e institucional de las doctrinas, dogmas, ideologías, que en muchos casos tienen un enfoque autoritario. En consecuencia, las hipótesis de los fundamentos y métodos del conocimiento objetivista, asumen que la interpretación del entendimiento existe independientemente del erudito y que la enseñanza académica es un asunto de transmitir discernimiento y juicios de valor desde las aulas y, en otros, desde la perspectiva autodidacta que dispone de los materiales de estudio necesarios. Por consiguiente, el aprendizaje suele entenderse tan sólo como la recepción y el almacenamiento de información y no como de utilidad práctica en la vida personal y, más aún, en innumerables ámbitos laborales.

Entonces, es posible inferir que cada espacio de transmisión del conocimiento se caracteriza por sus especialidades y preferencias, por lo que es posible entender de mejor manera esta situación cuando se comprende que aunque todos compartimos un sitio en la sociedad, cada quien tenemos nuestra individual manera de aprender, influyendo en el grado de afinidad que se siente hacia ciertas estrategias pedagógicas o modos de enseñanza que se establecen con aquellas características que identifican las formas concretas de enfrentarnos a las tareas académicas formativas y profesionales-laborales, por tanto, es conveniente encauzar las connotaciones cognitivas, afectivas y fisiológicas en bien saber y obrar. Paralelamente, es importante reconocer que los modos de instrucción determinan la forma en cómo cada quien abordamos las situaciones de entendimiento con el fin de generar un impacto positivo en la construcción del conocimiento, sin excluir las características de las funciones motrices que tienen que ver con la edad y habilidades físicas de cada persona; así como el componente cordial que motiva —refiriéndose a las expectativas y anhelos— y el trasfondo cognitivo que se centra en el proceso de construir, utilizar e interpretar la información para resolver problemas a través de estrategias establecidas por mecanismos fisiológicos en cuanto a lo cenestésico, psicológico y cognoscitivo.

Al respecto, la racionalidad de las opiniones y las acciones en bien de todos, son temas que conceptualmente se han venido tratando en la filosofía, incluso, el pensamiento filosófico nace de la construcción reflexiva para denotar un pensamiento que suele explicarse en términos aspectuales de la razón significada en deliberación profunda y consciente, el conocimiento individual, el desarrollo de las ideas, el habla, la escritura, el lenguaje corporal y, principalmente, en nuestro proceder. De esta manera, la Sociología es —dentro de las ciencias sociales— la que mejor conecta en sus conceptos básicos con el tema conforme a la razón, mientras que otras disciplinas se basan en argumentaciones sistemáticas o en las propuestas formalistas del razonamiento, mismas que consideran que sus bretes filosóficos residen únicamente en los análisis estructurados de la lógica.

En esa dirección, el campo de las ciencias cognitivas —en investigaciones acerca del razonamiento humano— exponen la tendencia de que razonamos apartándonos de las reglas imprecisas establecidas por la lógica y las teorías de la probabilidad, por lo que numerosos psicólogos argumentan que la aparente discrepancia entre los raciocinios que utilizamos en la vida cotidiana y las reglas normativas establecidas implican que debemos renunciar al concepto tradicional de la racionalidad basada en la propuesta formalista; por lo que una alternativa loable sobre el particular la tenemos en la tesis contextual del libre pensamiento, según la cual, para poder entender adecuadamente la racionalidad, es importante organizar los diferentes tipos de entendimiento y sus fundamentaciones, tomando en cuenta los elementos que configuran un entorno particular en la aplicación de una serie de conceptos encaminados a demostrar algo específico con libertad. Estos factores contextuales, tales como la limitación biológica de la capacidad cognitiva; los propósitos prácticos para realizar un razonamiento; las condiciones tecnológicas, económicas y sociales; las situaciones discursivas y la capacidad motriz, contribuyen a que cada persona —en responsable convivencia social— pueda tomar las decisiones adecuadas respecto a la eliminación de normativas que limitan el derecho al libre albedrío.

A favor de destacar tan digna facultad del ser humano para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de su vida, la Declaración de Principios (de Buissán) es la base estable de toda obra constructiva del libre pensamiento, en donde los diversos congresos que se celebran no hacen otra cosa que ir llevando aquella declaración a los diferentes órdenes de la actividad humana, permaneciendo como plataforma fundamental de la vida nueva en función de la seguridad y los derechos universales. En contrasentido, diferentes ideologías totalitarias y elitistas que se agrupan en soberbios grupos de poder económico y empresarial, manifiestan su desacuerdo por conciliar criterios y normas político-sociales integradoras que permitan una mejor y consciente armonía humana.

Aquí el individualismo liberal —desde la perspectiva de las posiciones éticas— dio origen al concepto histórico de «derechos humanos» con la noción básica del bien común y desde una antropología que concibe al hombre como miembro natural de una comunidad, en cuyo entorno encuentra su realización y su sentido, por lo que es posible defender que el bien de todos no es un límite a unos derechos tendencialmente limitados, sino a un elemento definidor de nuestra esencia personal y condición humana en una deliberación sobre la relación entre cada persona y la sociedad que lo aloja respetando sus derechos, a la vez que le hace saber las particularidades de su cultura, tradiciones y sentido de pertenencia.

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