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Opinión: Estados Unidos respaldará a Taiwán de esta manera

SI NO HACEMOS NADA, ENTONCES DEBEMOS SENTIRNOS TRANQUILOS DE RENUNCIAR PRÁCTICAMENTE A TAIWÁN AL DEJAR QUE CHINA CONTINÚE CON SU CAMPAÑA IMPARABLE DE INTIMIDACIÓN.

El ataque brutal de Vladimir Putin en contra de sus vecinos de Ucrania ha detonado una indignación —y ha forjado una unidad sin precedentes— entre las naciones democráticas del mundo. No tanto con Xi Jinping, el presidente hipernacionalista de la República Popular de China. Más bien, Xi sin duda está tomando nota y aprendiendo lecciones del ataque no provocado de Rusia contra Ucrania para usarlas en sus planes para Taiwán.

Estados Unidos y nuestros socios en la comunidad internacional deben hacer lo mismo para desarrollar e implementar una estrategia nueva y más resiliente para Taiwán mientras haya tiempo.

Una lección clara de la guerra en Ucrania es que las democracias disfuncionales y las instituciones internacionales vacilantes han envalentonado a los líderes autoritarios en los años recientes. Por ello, Estados Unidos necesita menos ambigüedad para guiar nuestra estrategia hacia Taiwán. En el mundo actual —con la China de Xi—, una disuasión robusta y creíble para mantener la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán requiere claridad en palabras y en acciones. En mayo, el presidente Joe Biden prometió usar la fuerza para defender Taiwán: la tercera vez que lo ha dicho, aunque sus asesores hayan declarado que la antigua política de ambigüedad estratégica de Estados Unidos no ha cambiado.

El argumento moral y estratégico para apoyar a Taiwán, cuyo pueblo comparte nuestros intereses y valores, no podría ser más claro. China está llevando a cabo campañas de influencia en contra de Taiwán por medio de ciberataques y desinformación, al desplegar propaganda para reforzar su mensaje de “Una sola China”, y al difundir desinformación y teorías de la conspiración para dividir a la sociedad taiwanesa y así facilitar más la obtención de control sobre la isla. Este es un plan de ataque que evoca de forma espeluznante a Putin en Ucrania.

China también está empleando tácticas económicas coercitivas en contra de cualquier nación o empresa que no se alinee con la política anti-Taiwán de Pekín y ha llegado incluso a imponer un embargo comercial a Lituania por darle la bienvenida a una oficina de representación taiwanesa en Vilna. Debido al papel de Taiwán como “la fundidora del mundo” por la manufactura de microchips avanzados, la disposición de Pekín a amenazar las cadenas de suministro y potencialmente secuestrar la economía global es un asunto de preocupación para la prosperidad y seguridad de Estados Unidos, así como de todos nuestros aliados y socios.

Para empeorar las cosas, Taiwán también enfrenta a un agresivo Ejército chino, el cual parece resuelto a estar posicionado para una invasión en los años por venir.

El rápido crecimiento militar de China con nuevas tecnologías y armas desplegadas en contra de Taiwán amenaza con desestabilizar todo el Indo-Pacífico. Casi a diario hay incursiones militares chinas en la zona de defensa aérea de Taiwán y maniobras peligrosas y arriesgadas de la Marina china que también buscan coaccionar e intimidar a Taiwán en alta mar. Apenas hace unas semanas, 29 aviones militares chinos, entre ellos seis bombarderos, sobrevolaron la zona de defensa aérea de Taiwán —un claro mensaje de un potencial asedio— antes de regresar a su base. Esas no son acciones de una nación con una política que busca mantener la paz y la estabilidad. Son acciones de una nación que busca agredir.

Además, las recientes amenazas de Pekín dirigidas al viaje a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, fueron tan predecibles como indicativos de la truculencia de Xi. Sin embargo, Estados Unidos debe ser claro: usar su visita como excusa para un acto performativo de grandes declaraciones sin ninguna acción que las respalde es solo eso, un pretexto para que China tome más medidas agresivas que estaba preparada para tomar de todos modos. Por eso Pelosi tenía razón en no permitirle a China decidir quién y quién no puede visitar Taiwán. El resultado de la fanfarronada de Pekín debería ser la de reforzar la determinación en Taipéi, en Washington y en toda la región. Hay muchas estrategias para seguir enfrentando la agresión de China; hay un claro acuerdo bipartidista en el Congreso sobre la importancia de actuar ahora para darle al pueblo de Taiwán el tipo de apoyo que necesita con tanta desesperación.

Vimos las señales de advertencia con Ucrania en 2014 y no actuamos de una manera que pudo haber disuadido una mayor agresión de Rusia. No podemos darnos el lujo de repetir ese error con Taiwán.

Por eso he trabajado con el senador Lindsey Graham para presentar una ley bipartidista llamada Ley de Política de 2022 para Taiwán.

Nuestra legislación reforzaría la seguridad de Taiwán dándole casi 4500 millones de dólares en ayuda de seguridad durante los próximos cuatro años y reconocería a Taiwán como un “importante aliado externo de la OTAN”, una poderosa designación que facilitaría tener vínculos más cercanos de seguridad y militares. También expandiría el espacio diplomático de Taiwán por medio de su participación en organizaciones internacionales y en acuerdos comerciales multilaterales.

La legislación también tomaría medidas concretas para contrarrestar las agresivas campañas de influencia de China, imponer costos económicos enormes si Pekín actúa de manera hostil en contra de Taiwán (como sanciones financieras, bancarias, de visado y otros tipos) y reformar prácticas burocráticas estadounidenses que apuntalen el apoyo hacia el gobierno democrático en Taiwán. En resumen, este esfuerzo sería la reestructuración más completa de la política estadounidense dirigida a ese país desde la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979.

Aunque es probable que Pekín confíe en una narrativa preparada de culpar a Estados Unidos de cualquier agresión, el hecho es que China, no Estados Unidos, ha buscado de manera constante cambiar el statu quo con Taiwán.

Estados Unidos y nuestros socios deben permanecer perceptivos cuando respondamos con medidas calculadas durante este periodo crítico de oportunidad —antes de que China cambie de forma invariable la dinámica a través del estrecho de Taiwán para su ventaja y prepare el camino para una posible invasión de ese país— para revitalizar nuestra estrategia diplomática, para colaborar con Taipéi en la modernización de su ejército a fin de mantener la disuasión, para combatir las campañas de desinformación e influencia política de Pekín y para desarrollar vínculos más estrechos entre nuestros dos pueblos.

Mientras China nos desafía en todas las dimensiones de la seguridad nacional —militar, económica, diplomática y de valores—, estamos preparando una nueva visión que garantiza que nuestro país esté posicionado para defender Taiwán en las décadas por venir. Entender nuestra estrategia es esencial para disuadir y limitar la conducta problemática de Pekín e instar a Xi a que tome decisiones distintas de las de Putin.

Hablemos en serio, Estados Unidos no es el policía del mundo. Pero sin duda tenemos una obligación práctica y moral de apoyar al pueblo de Taiwán, el cual tan solo quiere ser capaz de determinar su propio futuro.

Si no hacemos nada, entonces debemos sentirnos tranquilos de renunciar prácticamente a Taiwán al dejar que China continúe con su campaña imparable de intimidación militar, económica y diplomática.

Los delirios de Putin en Ucrania no podrían dejar más claras las catastróficas consecuencias de la inacción en el mundo.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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