Ciencia

Prevención y preparación: claves para enfrentar la activa temporada de huracanes 2024

Construir resiliencia requiere instituciones y organizaciones fuertes, preparadas para actuar con rapidez y eficiencia en casos de desastre. / PNUD

Escrito por

Luis Gamarra Tong *
 

Como cada año, en junio inicia la temporada de huracanes en la región del Caribe, que se extiende hasta noviembre. Los científicos coinciden en que las elevadas temperaturas provocan eventos con niveles de precipitación más potentes y en periodos de intensificación más rápidos.

Por su parte, las condiciones de vulnerabilidad multidimensional y de exposición de los países del Caribe (especialmente los pequeños Estados insulares en desarrollo), México y Centroamérica, derivan en una alta propensión a estas crisis.

El inicio de la temporada de huracanes es un buen momento (aunque debería realizarse desde antes) para revisar cuán expuestas están nuestras viviendas, infraestructuras, servicios, actividades productivas y centros de trabajo.

Hay que revisar también la vulnerabilidad de la población –y de manera diferenciada la de los adultos mayores, de la infancia, de las familias monoparentales y de las personas con discapacidad—. Y, si es necesario, reforzar estas estructuras para reducir el impacto y prepararnos –a nivel de familia, comunidad y país– para reaccionar y responder de la manera más efectiva. 

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) anuncia que 2024 va a ser un año especialmente activo. La temperatura de los océanos que ya se encontraba elevada por consecuencia de la variación y cambio climático, se incrementó aún más por el fenómeno de El Niño 2023-24.

De un periodo de sequía intenso, se prevé que pasemos a una temporada de huracanes más fuerte de lo normal. Para esta temporada se prevé la ocurrencia de 20 a 25 tormentas, de las cuales entre ocho y 12 podrían convertirse en huracanes.

Para la región del Caribe, México y Centroamérica, esta situación no es nueva. En los últimos años es innegable que se han fortalecido capacidades institucionales y comunitarias, principalmente para responder a estos eventos.

Sin embargo, la vulnerabilidad de la población y la exposición de las comunidades aún es muy alta.

Baste recordar el impacto de los huracanes en Dominica y Bahamas, que afectaron el PIB nacional en un 192 y 25 por ciento, respectivamente. Igualmente, las tormentas tropicales Amanda y Cristóbal, que afectaron a El Salvador, Honduras y Guatemala. Y, más recientemente, el huracán Otis, en el estado de Guerrero, en México.

En preparación para esta temporada, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) monitoreará la situación a través de la Oficina Regional y de sus Oficinas País, difundirá los protocolos de actuación actualizados y fortalecerá las capacidades de acción anticipada con sus socios de gobierno. 

La diversidad de experiencias de las iniciativas de apoyo a la recuperación –como evaluaciones de daños y pérdidas, planificación integral hacia una recuperación resiliente, reactivación de los medios de vida, reconstrucción de vivienda– brindan un buen abanico de opciones de asistencia a las comunidades que puedan verse afectadas.

En Dominica, el PNUD apoyó la reconstrucción en condiciones seguras de 480 viviendas. En República Dominicana se reactivaron las actividades agrícolas y comerciales a pequeña escala en Sabana de la Mar. En Bahamas, se usaron herramientas digitales para la evaluación de daños, construcción de vivienda segura, y reactivación de medios de vida. Y actualmente, en México, en alianza con el sector privado, se apoya la recuperación de los sistemas de agua y saneamiento, y del servicio educativo. 

La construcción de resiliencia requiere de instituciones y organizaciones fuertes, con visión de gestión del territorio de mediano y largo plazo, y preparadas para actuar con rapidez y eficiencia en casos de desastre. Hay que priorizar las acciones preventivas para reducir vulnerabilidades y riesgos pero, en ese proceso, fortalecer también las capacidades para una respuesta rápida y una recuperación transformadora de la situación de riesgo.

Realicemos ese mismo ejercicio a nivel individual y de familia. Revisemos cómo está nuestra vivienda; cuán seguro se encuentra nuestro centro de trabajo, la escuela o universidad de los hijos, y cuán accesibles –o inaccesibles– se encuentran ante temporales de viento y lluvia.

Armemos, revisemos y actualicemos nuestro plan familiar y colaboremos en el diseño de planes comunitarios. También hay que reforzar anticipadamente las estructuras, limpiar alcantarillas y proteger los servicios vitales.

¡Mantengámonos informados y tomemos las medidas de precaución necesarias!

 

*Especialista de Programa en Reducción de Riesgos y Recuperación del Centro Regional del PNUD para América Latina y el Caribe

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